FRAGMENTO ATREVETE A SER QUIEN ERES
PARTE I
LA RECUPERACIÓN DEL «YO»: VOLVER A PENSAR EN UNO MISMO
Aquel que mira hacia afuera sueña;
aquel que mira hacia adentro despierta.
Carl Jung
Todo hace pensar que te has olvidado de ti, como esas personas que ves por ahí pegadas a su móvil en alguna fila, en el autobús o en un restaurante. Están absortas en cualquier cosa que les llega del aparato, conectadas a él y desconectadas de sus cerebros. ¿Cuáles son las consecuencias del «olvido de uno mismo»? Que dejas tu vida librada al azar, porque no hay quien la ponga a funcionar desde dentro y de manera voluntaria: no hay quien tome el timón para modular las injerencias externas. Tu «yo» se ha debilitado, simplemente porque no lo has alimentado ni lo has puesto a funcionar como deberías. Cuando hablo del «yo», no me refiero al ego, sino a esa estructura cognitiva móvil y cambiante que organiza la información y además clasifica y prioriza las diversas demandas que llegan a nuestro cerebro. Gran parte de la cultura y la enseñanza social se han encargado de señalar que la «preocupación por uno mismo» es peligrosa, ya que podría degenerar en el peor de los narcisismos. Se deja claro que el «cuidado de sí» u «ocuparse de uno mismo» puede llevarte a un individualismo radical o a un egoísmo salvaje. Durante siglos se nos ha dicho que lo correcto es la «renuncia de uno mismo». La consigna que nos acompañó es que éramos pecadores de nacimiento, inherentemente indignos o un exabrupto del universo. El resultado de estos mandatos y otros similares conduce inexorablemente a la devaluación y la ignorancia de uno mismo. ¿Para qué conocerse si uno es un error, si solo encontraremos cosas negativas? ¿Qué autoestima puedo fomentar en mí si tengo que pedir perdón por existir? En la gran mayoría de los colegios y de las familias se enseñan valores como altruismo, urbanidad, solidaridad, respeto al prójimo, caridad y generosidad, entre otros, lo cual está bien, ¿pero quién educa de manera clara en el valor del autoconocimiento y el autorrespeto? ¿No debería haber asignaturas obligadas y correlativas inspiradas en Sócrates que se llamen, por ejemplo, Conócete a Ti Mismo I, II, III, y así? Hacer que nuestros niños piensen más en sí mismos de manera adecuada y consciente sería toda una revolución (obviamente, sin descuidar el resto de la humanidad y el planeta). No puedes crecer y mejorar como persona si no tienes claro quién eres o solo te conoces superficialmente. En nuestra sociedad occidental, la educación carece de la principal de las ciencias: la que propicia la autoconciencia y la evolución de la mente. En los planes de estudios pesan más las Matemáticas, la Física, la Química y la Economía. Incluso en muchos países se ha retirado la materia de Filosofía de los programas, porque se considera una pérdida de tiempo el arte de saber pensar.
Una de las formas que la cultura utiliza para moldear y amaestrar tu mente es mantenerte distraído y ocupado lo suficiente en cosas externas para que tu autobservación pase a un segundo plano. El mensaje que se cuela en tu cerebro es: «Tú no eres tan importante como lo que te rodea». Además, no solo te excluyen porque supuestamente «vales menos», sino que te convencen de que eso es moralmente correcto y luego te entregan el control para que seas tú quien se mantenga autoexcluido. Es la trampa perfecta: sin saberlo, trabajas para aquellos a quienes no les interesa que pienses por tu cuenta. Por eso la propuesta de esta primera parte es: toma el control, no dejes que te alejen de tu ser, fortalece el «yo» para que nadie ose pensar por ti. Cuando hablo de redirigir la mirada del exterior al interior no me refiero solo a la meditación, que sin duda es muy útil, sino a que actives también una serie de elementos psicológicos y emocionales que te permitan recuperar psicológicamente tu «yo» y ponerlo a funcionar como mejor te plazca. Por ejemplo, activar aquellas estructuras mentales que tenías medio dormidas, como autonomía, autoevaluación, autoconfianza, autodirección, autorrealización, autoeficacia, autoaceptación, autodeterminación, y muchos otros «autos» que, en su conjunto, configuran la percepción de lo que eres y la defensa activa de tu individualidad. Lo que te propongo es reacomodar el periscopio y poner en práctica un amor propio sin excusas y un interés saludable en ti mismo. Si llevas a cabo este cambio en la orientación de la mirada para equilibrarla y rompes el patrón que te han impuesto de «prohibido ocuparte demasiado de tu persona», se producirá en ti una conversión mental, una transformación que te acompañará toda la vida. Subviertes el orden mental que ha establecido el aprendizaje social de manera pacífica e individual. No te subyugas a él. Ensaya observarte a ti mismo, investiga cada recoveco de tu mente y de tus emociones, explora tus historias, recuerda eventos significativos, pregúntate por tus metas, reactiva esos sueños dormidos o la mejor de tus fantasías y te aseguro que el solo hecho de intentarlo resultará apasionante. ¿Qué beneficios lograrás haciéndolo?
Presta atención, y solo por citar algunos:
– Ser autónomo en tus decisiones.
– Confiar en ti mismo.
– Fortalecer la autorrealización.
– Aprender a rebelarte cuando algo afecta a tu dignidad o a tus principios.
– Tomar el control de tu vida y ser dueño de ti mismo.
– Reforzar la autoaceptación.
– Ser capaz de entender y afrontar tus miedos y tristezas.
– Comprender que no debes necesariamente renunciar a tu persona para ser solidario («Te cuido y me cuido», «Te ayudo y me ayudo», «Te quiero y me quiero»).
– Reafirmar el autorrespeto.
– Obtener mayor bienestar.
– Disfrutar sanamente de la soledad.
Y la lista sigue. Todo apuntaría finalmente a un factor determinante: el desarrollo de tu potencial humano, cuyo significado es llegar a ser todo aquello que eres capaz de ser. Que un pensamiento clave dirija tus acciones: «Me declaro investigador de mi propia existencia». Bucear dentro de ti para que no te manejen desde fuera.
EJERCICIOS Y RECOMENDACIONES
PARA EMPODERARTE DE TI MISMO
Empieza el contacto con tu «yo»: quítale volumen a la soledad Practicar el silencio es vivirlo y perderse en él. Una soledad atontada por el ruido y las actividades múltiples está contaminada de compañía. Ensaya a estar solo con tu persona para que veas la diferencia. Juega a ser ciego, sordo y mudo por unos minutos. Ponte una venda sobre los ojos, tapones en los oídos y cierra la boca. Toma conciencia del asilamiento que ahora tienes del exterior. Algunas personas no aguantan ni siquiera segundos porque se asustan o empiezan a sentir que pierden el control. Si ese es tu caso, solo tápate los ojos. Cuando tus sentidos no están presentes, tu mente se desconcierta. Ella está acostumbrada a vivir ocupada en otras cosas, distraída y parlanchina. No le gusta estar mirándose a sí misma, eso confronta y produce temor. Por eso algunos prefieren permanecer ignorantes de sí mismos: duele menos, pero te vuelve más estúpido.
-----------------Ejercicio: Empezar el contacto---------------
Cuando hayas bloqueado tus sentidos, desplázate por tu cuarto, desliza tus dedos por las cosas, siente la textura e imagínate las formas que han habitado tu entorno inmediato y de las que ni te habías dado cuenta. Trata de no ponerle nombre a nada. Solo toca y deja que tus sentidos exploren. Abre la ventana, respira el aire, concéntrate en él. Nunca respiramos conscientemente, a no ser que estemos meditando o de vacaciones. Trata de que tu cuerpo asuma la respiración en estado puro, desde las fosas nasales hasta los pulmones. No ves, no oyes, no hablas; solo exhalas e inspiras. Quizá no lo sabías, pero tu «yo» se regodea cuando lo haces, se descubre vivo, acompañado de ti. Ahora eres uno en pleno despliegue de su existencia. No es magia, es el espacio vital por donde tu ser transita a sus anchas. Nada te molesta, nada te inquieta. Es tu trabajo. Vuelve a desplazarte, conoce más sitios. Ahora huele, como si fueras un perro policía. ¿A qué huele tu hábitat? ¿Tu ropa? ¿Tu cama? Quítate la ropa, pasa las manos por tu cuerpo y luego huélete sin recato. No importa cómo sea tu olor, te pertenece. Es la exudación de tu vida. No evalúes, solo siéntete, conócete. Vuelve a la ventana y quítate los tapones, empieza a reconocer los ruidos. Los lejanos y los cercanos. Déjate llevar por ellos, identifícalos. Unos minutos bastan. Ten en mente lo que afirmaba el místico islámico Rumi: «Cuando el oído se afina, se transforma en un ojo». Palpa hasta el último rumor. Ve hasta un espejo, quítate la venda. Y mírate. Solo obsérvate a los ojos. Son los tuyos. En ese momento es como si el universo se viera a sí mismo. Toca tu rostro con cuidado, despacio, no dejes nada sin repasar. Piensa: «Este soy yo». Que te importe un rábano si te gustas o no te gustas. Eres tú, es lo que tienes, es lo que vales, es lo que respiras.
Ahora siéntate en un lugar cómodo y utiliza cualquier meditación que te hayan enseñado. Cuando la hagas, repite como un mantra «yo soy» varias veces. Luego trata de leer algo agradable. Solo descansa. Ese lugar que habitas ahora es personalizado, solo cabe uno. Entonces la soledad y tú habréis empezado a hacer las paces.
Un diálogo que leí en alguna parte, para que reflexiones sobre él:
—¿En qué idioma habla la divinidad?
—¿Aquí en la Tierra? ¡Con seguridad, en sánscrito! ¿Acaso dudas?
—Sí. Yo creo que el verdadero idioma del universo y de lo trascendente es el silencio.
El otro cerró su libro y se fue furioso.
Habla contigo mismo en voz alta y escúchate
El pensamiento, en última instancia, es el lenguaje interior, un lenguaje replegado sobre sí mismo. Se habla mucho de tener un diálogo interiorizado, y nadie duda de su importancia. Pero lo que te propongo aquí es exteriorizar el debate interior y hacerlo audible: hablar contigo mismo en voz alta. De manera similar a cuando tienes los auriculares puestos y hablas con alguien desde tu móvil. Aquí el móvil y los auriculares están incorporados a tu cuerpo, y la «otra persona» eres tú. Como resulta obvio, no todo el tiempo ni a todas horas, sino de tanto en tanto, cuando lo consideres necesario, cuando te nazca.
No hablo de esquizofrenia, sino de la charla que establecen unas creencias con las otras, los elementos de una contradicción, o si tienes una duda y quieres exponer el problema, sacarlo.
----------------Ejercicio: El debate de las dos sillas---------------
A veces para objetivar el debate pueden usarse dos sillas. Por ejemplo, tienes que tomar una decisión y estás estancado, el conflicto parece que ha inmovilizado tu capacidad de resolver problemas. Supongamos que la duda se da entre una posición más emotiva y una más racional: «Amo a tal persona, pero sé que no me conviene», «Me ofrecieron tal trabajo, me pagan bien, pero mi vocación va para otro lado» o «Lo que me ha dicho mi amigo me ha dolido, no sé si ser sincero y decírselo». En una silla cuelgas un cartel que diga: «Argumentos emocionales» (por ejemplo, «amor», «vocación», «sentimiento de amistad»), y en la otra: «Argumentos racionales» (por ejemplo, «no me conviene», «me pagan bien», «la sinceridad ante todo»). En un lugar está la emoción y en otro, la razón. A medida que vayas haciéndolo debes sentarte en una silla o en la otra, según el argumento sea más emocional o más racional. Empieza la discusión contigo mismo. Cuando tu punto de vista sea emotivo o sentimental, te diriges hacia el asiento de los «argumentos emocionales», y cuando sea racional, pasas al otro. Vas y vienes, y en cada caso adoptas la posición correspondiente. El doble juego de defender una parte del dilema y la otra, acompañado de un movimiento físico, lo hará más visible y ayudará a que aclares los elementos que integran el conflicto. En más de una ocasión, surge la mejor solución posible o se muestran los vacíos en la información que hay que llenar.
__________________________________________________________
También las conversaciones pueden ser menos trascendentes. Por ejemplo, al levantarte por la mañana, te saludas en voz alta: «Hola, buen día»; antes de salir de casa, te deseas buena suerte: «Pienso tener un buen día; por lo tanto, no metas la pata»; o conversas mientras conduces. También hay gente que va poniendo en palabras lo que va haciendo en tiempo presente, como si la locución dirigiera la conducta: «Voy a hacerme un café... A ver la taza, la cafetera, le echo agua, la caliento...». Puedes hacer lo que quieras; sin embargo, no dejes de parlotear y sacar a la luz tu pensamiento y amplificarlo (te recomiendo que no lo practiques en público si no llevas un móvil para disimular, porque terminarás en la sala de urgencias de un psiquiátrico). Habla, conversa, charla contigo mismo. Juega y diviértete. Saca los elementos del pensamiento y obsérvalos. Esto hará que te mantengas conectado a tu mente. Es más difícil autoengañarse cuando gran parte de lo que piensas se hace consciente y se pone sobre la mesa. A veces escucharte en una grabación te muestra lo inadecuado que fuiste, lo absurdo de un razonamiento o la chispa genial que creías no tener. Estos ensayos harán que tomes plena consciencia de que la mente habla en voz baja o, mejor, te habla. Te darás cuenta de que tu mundo interior tiene algo que decir y que vale la pena presarle atención.
Una contraindicación: si hablas en voz alta contigo mismo porque no soportas el silencio o lo temes, estás haciendo trampa. Si realmente te agobia la ausencia de sonido hasta el extremo de tener que oír algo para tranquilizarte, así sea un murmullo, quizá debas pedir ayuda profesional y ver qué ocurre.
Para que medites sobre esto |
Cuentan que Pirrón, el creador del escepticismo, seguía hablando aunque sus oyentes ya no estuvieran allí en la plaza pública. En cierta ocasión que lo vieron hablando solo, le preguntaron por qué lo hacía, y respondió: «Me ejercito en ser virtuoso». Respecto a lo de Pirrón, por si te interesa seguir su ejemplo, si estás conversando con alguien y te deja con la palabra en la boca, como nos suele ocurrir algunas veces, no te detengas, sigue hablando, no te quedes «empezado». Conversa con el aire, con una pared, mirando al cielo o al suelo y, claro está, con quien nunca te defraudará, el que siempre te oye aunque te tapes los oídos: tú mismo. |
Confía en ti mismo: eres mucho mejor
y más capaz de lo que te han hecho creer
Confiar en ti mismo implica percibirte como una persona competente, creer que eres capaz de alcanzar las metas que te propones e ir hacia ellas dignamente y con alegría.
Tomar decisiones confiando en uno mismo es poner a funcionar la autoeficacia: el convencimiento profundo de que sí puedes hacerlo, de que no eres torpe o inepto. Manda estas dos últimas palabras a la porra. Sácalas de tu vocabulario, no vuelvas a aplicártelas. Las personas que confían en sí mismas ven los problemas como desafíos constructivos, no escapan ante el primer obstáculo y sus pensamientos son del tipo: «Yo soy capaz», «Cada situación adversa me hace más fuerte», «Las dificultades son oportunidades para aprender», «Pondré mi corazón en la tarea y daré lo mejor de mí mismo», «Intentaré cumplir mi propósito hasta el final de mis fuerzas». Sus sentimientos son de seguridad y valentía. Evitar cualquier actividad por creerte incompetente, sin haberla ensayado, es confirmar irracionalmente la idea de invalidez, como una especie de profecía autorrealizada, porque después de no llevarla a cabo dirás: «Menos mal que no lo hice; si no, habría fracasado». Un fatalismo que se alimenta a sí mismo.
Para que medites sobre esto |
¿Cómo sabes que no eres capaz? ¿Por qué lo crees? ¿Estás definitivamente convencido? Tres posibilidades de por qué se genera una pobre autoeficacia: a) haber tenido una historia de errores o frustraciones que configuraron en ti un esquema de minusvalía, b) tener un nivel de autoexigencia demasiado alto que te lleva a ponerte metas inalcanzables, y c) que tus educadores te hayan insertado el germen de la inseguridad al ser muy sobreprotectores: «No lo intentes, no estás hecho para esto». Como sea, si estos factores entraron en tu cerebro, serás tú mismo quien se aplique el freno de emergencia. La mayoría de las personas que tienen poca autoconfianza, cuando deciden enfrentar lo que temen y no aceptar el lavado cerebral al que han sido sometidas, logran superarlo. |
Recuerda: solo los estúpidos piensan que nunca cometerán errores (eso, además, los hace especialmente peligrosos). Un error no es un fracaso: en el error se pierde una batalla; en lo segundo, la guerra. Una paciente me decía: «He fracasado en el amor. Me he separado tres veces, quizá lo de tener una pareja no sea para mí». Le respondí: «Te equivocaste en manejar la relación o en elegir con quién estar, pero no has “fracasado” porque el amor abarca mucho más y podrás volver a intentarlo». Y le conté el caso del gato que se sentó sobre un fogón encendido y se quemó la cola, y después nunca más se sentó en ninguna parte. Cuando sobre generalizamos el error, aparece lo absurdo. Rebélate contra la idea de la inutilidad. Sí, rebélate. No la aceptes, sácala de tu mente como si fuera un virus infeccioso. Si de verdad quieres dirigir tu conducta, no solo debes contar con tu propia confianza, sino con tu aprobación y aceptación incondicional. ¿Dejarías de amar a un hijo porque no saca buenas notas, no se destaca en ningún deporte o no es «exitoso»? ¿Y qué es ser exitoso? ¿Tener fama, ser millonario, ascender en la jerarquía social, mandar sobre otros o tener muchos bienes materiales? Para mí el éxito está en disfrutar de lo que haces y que te acompañe la paz interior la mayor parte del tiempo. Es decir: el verdadero triunfo está dentro de ti. Cuando esto ocurre, la alegría se mimetiza con tu ser porque tu logro está más en lo que haces que en lo que obtienes. Un video que se hizo viral muestra en parte lo que quiero explicar. Míralo y quédate con el mensaje de fondo: cuando te sientes a gusto con quien eres y te desprendes de los galardones que la cultura te otorga, necesitas muy pocas cosas para estar a gusto con la vida. Observa el video del que hablo: «Sin palabras, este video tocó mi corazón»,1 a ver qué te provoca. Puedo decirte con toda certeza que he conocido gente así, con menos parafernalia cinematográfica, por supuesto, y sin música de fondo. Es curioso ver cómo la ansiedad por ganar muchas veces se vuelve en tu contra y te hace perder y perder confianza en ti mismo. Por ejemplo, cuanto más ansíes pasar un examen, cuanto más pienses que tu vida depende de ello, menos probabilidades tendrás de aprobarlo. Si te relajas demasiado, tampoco ayudará. Solución: «Me interesa aprobar el bendito examen, pondré de mi parte, pero no es lo más importante en mi vida. Soy más que una nota o un resultado». Esto bajará tu ansiedad y tus habilidades cognitivas funcionarán mejor.